Calmar su mente lo suficiente para poder pensar lo que había pasado fue bastante difícil, pero lo logró. ¿Cómo es posible? Tenía la sensación de que algo había fallado drásticamente, no había que descartar que estuviera volviéndose loco. Se revolvió el cabello negro mientras intentaba dominar su propia mente.
Se forzó a recordar, mirando en la pequeña apertura de la puerta de su habitación, para ver el cuerpo desnudo de su propia esposa, obteniendo placer del cuerpo masculino debajo de ella. Había apretado los puños, decidido a romperle la cara a quien fuera estuviera con su mujer, pero no debía alertarlo antes de tiempo, no quería que se le escapara, por lo que abrió con cuidado la puerta, adentro ninguno se dio cuenta. Entonces le vio el rostro al hombre y se quedó paralizado. Retrasó sus pasos y salió de la casa.
Su mente se nublaba en medio de la ira ocasionada y decenas de ideas sueltas que llegaban y se iban igual de rápido. Y eso evitaba que alcanzara algo parecido a la claridad en sus pensamientos. Quizo repasar los hechos, para ponerlos en orden, pero aunque intentó poner todo su esfuerzo en la tarea, no logró recordar por qué estaba afuera de la casa ese día. Recordó abrir la puerta, con la sensación de que algo estaba fuera de orden, escuchó el ruido claro en su habitación, y, sorprendido por la obvia infidelidad que se llevaba a cabo, se decidió a ir, quizo ver primero, llenarse de ira con las imágenes que pasaban ante él, pero entonces vio lo que vio y su mente se hizo trizas.
Tal vez era eso, la infidelidad de su mujer le había caído tan mal que su mente no lo había resistido, y le había causado, primero alucinar, y luego impedirle recordar claramente.
A ver, ¿Qué hicimos ayer? Ayer fui al mercado, creo, a comprar... algo, luego pasé por la oficina. ¿Oficina? ¿Cuál oficina? No, al local, yo trabajo en un local, allá me encontré con... nadie, y volví a casa a ver a mi esposa. A Mariana. Así se llama mi esposa. Nos casamos en mayo hace... 2 o 3 años. Y hoy. Hoy no recuerdo. Pensaba mientras hacía girar su anillo de matrimonio.
Miró la hora, 6 de la tarde, había que considerar la posibilidad de que su mujer no le fuera infiel; había estado sentado en la puerta de su casa y nadie había salido. Era bastante improbable que su esposa, inteligente, no supiera que él iba a llegar a casa antes de las 6. No sabía dónde había estado, pero las 6 de la tarde era una hora en la que le parecía que su esposa lo esperaría en casa. Sería bastante irresponsable de una infiel no tener en cuenta esto, y su mujer, aunque sospechosa de adultera, no era ni irresponsable ni tonta. Tal vez las cosas eran distintas, tal vez ella no le había sido infiel y todo había sido una cruel alucinación de su cabeza. Tal vez, solo tal vez, revisando los acontecimientos, era posible que él estuviera dormido, en su propia cama, y no en la puerta, tal vez era un sueño extraño, quién sabe.
Por más que le pudiera causar dolor, solo quedaba una opción. Buscó las llaves en su bolsillo, sin éxito, recordó que había dejado la puerta abierta, sin llave. No recordó haber usado tampoco las llaves para entrar la primera vez. Se deslizó cuidando de no hacer ruido en la casa que ahora se mantenía en silencio. Giró la perilla con cuidado y abrió la puerta de su habitación, revelando poco a poco el interior; habían cerrado cortinas y apagado la luz, pero era claro que habían dos cuerpos en la cama, el uno al lado del otro, en paz y tranquilidad. Cuando se convenció de que lo que veía con esfuerzo era la realidad, prendió la luz de repente, pudo ver el cuerpo semidesnudo de su mujer y al hombre que la acompañaba en la cama, que le recorría el cuerpo con un brazo que el conocía bien; detalló la longitud y la musculatura del brazo, con el tatuaje tribal de tonos grises y negros que bien conocía, terminando en una mano con dedos peludos y uñas sin arreglar; en uno de esos dedos el anillo matrimonial plateado. El torso del hombre no era delgado, ni musculoso, sino algún punto intermedio que tantas veces le causaba cierta incomodidad, cierta sensación de que no se ajustaba al pecho y espalda de otros hombres; su espalda parecía ancha, pero su pecho le parecía corto y no lograba dar una imagen de masculinidad ideal.
Luego el cuello, con dos lunares en el costado derecho y una pequeña cicatriz justo en la intersección con el rostro. Una oreja, una patilla negra, una nariz en punta, que su esposa bromeaba parecía que se le podía sacar filo, labios pequeños, divididos en el medio, una barbilla un tanto alargada. No hay duda, pensó mientras sintió que a su esposa empezaba a acosarla la luz y abrió los ojos.
—¿Qué haces ahí? —Le dijo sonriente, coqueta y todavía juguetona, pero somnolienta.
Ella vio a su esposo en la entrada de la puerta, que la miraba como congelado; intentó sacudirse el sueño de encima y entonces sintió el peso al rededor de sus costillas, la presión de un brazo que la cruzaba de lado a lado, se fue creando un vacío en su interior mientras se daba vuelta. Aterrada, a su lado, vio a su esposo, durmiendo, abrazándola. Giró su cuello rápidamente para volver la mirada a la puerta de la habitación, donde confirmó que su esposo seguía de pie.
Un alarido reventó contra las paredes de la casa.
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hmm
ResponderEliminarPor más que le pudiera causar dolor, solo quedaba una opción. Buscó las llaves en su bolsillo, sin éxito, recordó que había dejado la puerta abierta, sin llave. No recordó haber usado tampoco las llaves para entrar la primera vez. Se deslizó por la casa cuidando de no hacer ruido en la casa que ahora se mantenía en silencio.
ResponderEliminarat cua nhua composite