De género.
Existen quienes ven a la literatura como un arte mayor, producto de genios y laburantes del arte de la palabra; hay quienes ven a la literatura como algo magnifico y majestuoso, que requiere esfuerzo y trabajo para ser leída y apreciada, con un panteón de dioses propio que nos han dejado sus respectivas sagradas escrituras.
Cuando esa visión de la literatura proviene de los propios supuestos expertos del tema, lleva también a que mucha gente tenga la visión de que la literatura, al menos la alta literatura, es algo respetable e inalcanzable por el común de los mortales, y ahí vemos al pobre Pablo Pérez, al que le han dicho que no sabe nada de literatura, temblando ante la sombra de un libro sagrado, escrito por algún ruso, y al final se decide que no está a su alcance, y se compra mejor otra cosa, un cd de música o una película pirata, la que esté de moda. Y luego la academia se queja.
A los estudiantes de colegio, al menos a mí, nos dijeron en el aula que debíamos leer, que la literatura era importante, que la literatura ayudaba, que era algo vital y dignificante para las personas. ¿Quién va a querer leer literatura si te la venden como te venden un plato de sopa de espinacas?
Y nosotros, los que leíamos por cualquier extraña razón, empezamos creyendo eso. No puedo olvidar la brutal arrogancia con la que me sentaba a leer en público cuando la portada tenía un nombre olímpico, ojalá extranjero; fui también coleccionista de títulos leídos, y cuando tuve la oportunidad de encontrarme con otros enamorados de la palabra escrita caí también en el duelo de títulos leídos: "Esto es lo que leído, ¿qué he leído usted?", también mentí, para quedar bien; "Si, claro que lo leí, !Si es un clásico", y me lancé luego a buscar el título desconocido, en una ciudad donde no se conseguían muchos libros, y al no encontrarlo me acomplejaba mi poca intelectualidad al sentarme en privado, no fuera que alguien me descubriera, a leer bajezas: fantasmas que asustan a la gente, naves espaciales que aparecen de la nada y hombres ricos que son asesinados en extrañas circunstancias.
Menos mal con el tiempo, buscando portadas de rubias asesinas, me encontré con Raymond Chandler, y luego con profesores y amantes de la literatura a los que no les interesaba saber cuál tomo de Proust era el mejor, y se encantaban con igual pasión por una diatriba acerca de un relato kafkiano que por una descripción de la importancia de Arsenio Lupin.
Pero hay otros, quizás todavía mayoría adentro de la academia, que siguen coleccionando títulos y calificando a la literatura, no por sus formas, recursos, contenido, relevancia, originalidad o capacidad de atrapar a un lector; sino por géneros, (o subgéneros, si se quiere), se han vuelto profesionales del etiquetamiento y siguen poniendo una literatura alta y una literatura baja, y, por consiguiente unas formas de arte alta y otras bajas; unos escritos para los académicos, y otros tantos para el vulgo. Y entonces van por ahí, rabiosos de que la saga juvenil del momento se haya llevado las ventas, y que el librejo gastado y arquetípico se desgaste en sus manos de revelados literarios que le encuentran valor a lo que ya se le encontró valor y se lo restan a lo que no han leído.
Menos mal ha aparecido ahora un público, de mayoría joven, al que poco le importa si al académico le parece interesante el libro de vampiros que lee apasionadamente. Leen, y mucho, a autores que recuerdan a esos que para los profesionales de la literatura poco importaron en su momento; los encasillaron en un subgénero y como baja literatura y aunque ahora, por cuestiones de coincidencia o de justicia universal, les han puesto estatua en el panteón de literatura, parecen no darse cuenta del error pasado y replican lo mismo con la literatura actual.
Me he convencido de que no existe la alta literatura y la baja literatura, y que la emoción que sienten los académicos leyendo sus lecturas canónicas es la misma que siente el joven o adulto con su novela de extraterrestres. Ahí se encuentra el arte, en la emoción que pueden traer las palabras. Dedico este espacio entonces a la literatura, no bajo la óptica de que esta es una forma de arte pura y sagrada, sino como forma de emocionar a los lectores, y se usará este espacio para explorarla, para verla a la cara y de frente, sin complejos.
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